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sábado, 7 de febrero de 2009

RESEÑAS

Santiago Roncagliolo. Abril rojo.
Lima: Alfaguara. 2006. 344 pág.

No hay duda de que la única y verdadera protagonista de esta novela es la muerte. Y no podría ser de otra manera en una obra cuyas acciones se desarrollan en Ayacucho, que etimológicamente significa “rincón de los muertos” y que fue el principal escenario de la violencia política en el Perú. En efecto, los cadáveres están presentes desde los inicios; la muerte angustia, altera, persigue y atormenta a los personajes, llevándolos a la desesperación y al paroxismo.
Abril rojo nos da una perspectiva particular sobre la violencia política y la muerte como característica principal de la realidad peruana de los últimos años. Pero no se limita solamente a eso, sino que también es una forma novedosa de acercarse a este tema tan dramático y contradictorio, pues se apela discursivamente a las formas típicas del género policial, específicamente, a las de la novela negra y al thriller.
El autor, Santiago Roncagliolo (Lima 1975), con esta obra ha sido galardonado con el IX premio Alfaguara de novela, en febrero del año pasado. Pero su mérito y su talento ya eran reconocidos, aquí en el Perú, desde varios años atrás. En 1997, ganó el primer concurso nacional de cuento juvenil organizado por CEAPAZ; obtuvo dos menciones honrosas en el premio Adobe de literatura en 1999; ha sido finalista del premio Herralde de novela (2003) y fue nominado para la prestigiosa beca Rolex. Estudió Lingüística y Literatura en la Pontificia Universidad Católica del Perú y ha vivido en México, Perú y España. Asimismo, ha trabajado como guionista de telenovelas, “negro literario”, periodista y traductor. Colabora en el diario El País de España, Perú 21 de Lima y en otras publicaciones latinoamericanas. Actualmente, reside en Barcelona desde hace cinco años.
También cuenta con un libro de relatos llamado Crecer es un oficio triste (2003) y tres libros infantiles titulados Rugor, el dragón enamorado (1999), La guerra de Mostark (2000) y Matías y los imposibles (2006).
Sus novelas publicadas hasta el momento son: Pudor (2004), El príncipe de los caimanes (2002) y Abril rojo obra con la que logró su consagración definitiva dentro y fuera de nuestras fronteras. En esta novela, el tema es radicalmente diferente al de sus otras producciones. Con respecto al universo representado, sus anteriores textos se desarrollan en una realidad urbana, en cambio Abril rojo está ambientada en ciudades provincianas (Ayacucho) y en pequeños pueblos rurales (Yawarmayo, Quinua). De igual manera la temática cambia de dramas familiares, a sucesos de índole política y violencia en sus formas más explícitas. En general se observa una especie de evolución hacia problemáticas que atañen, ya no a un determinado sector social, sino que deberían importar ─ en teoría ─ a todos, dada la magnitud nacional del conflicto interno (llámese terrorismo o subversión).
Esta obra se ubica dentro de una larga serie de novelas cuyo motivo central es la violencia política (desde el punto de vista que sea). Tanto desde la mirada profundamente ideologizada, “realista”, como, a veces, desde la mirada ligera y superficial, indirecta, que deja la violencia detrás de los hechos, como mero telón de fondo y pretendidamente despolitizada, por parte de otros escritores. Entre los antecedentes más importantes (de las dos vertientes), según los críticos Mark R. Cox y Gustavo Faverón, estarían: Los ilegítimos de Hildebrando Pérez; Adiós, Ayacucho (1986) de Julio Ortega; Candela quema luceros (1987) de Félix Huamá Cabrera; Parte de combate (1991) de Dante Castro; Lituma en los Andes (1993) de Mario Vargas Llosa; Rosa Cuchillo (1997) de Óscar Colchado; La hora azul (2005) de Alonso Cueto y Retablo (2004) de Julián Pérez.
Entonces, sin exagerar, Abril rojo, forma parte de esa larga tradición de autores, que –en el pasado y, como no, también actualmente– afrontan, entienden y representan con nuevos elementos –y nuevas estrategias discursivas– su referente, y no renuncian al intento de retratar con fidelidad los permanentes conflictos de nuestra patria. Por ello, esta novela podría ser catalogada de novela indigenista. Indigenista, porque, en sentido estricto, según Antonio Cornejo Polar este tipo de novela tiene como referente un universo distinto al de sus productores textuales. Indigenista, porque, en el texto, el ande y sus pobladores son aprehendidos discursivamente, y enmarcados en una red de significantes que hacen perder de vista al significado, al referente y, en el peor de los casos, al andino de carne y hueso.
Aunque no se debe olvidar que el registro discursivo, las formas textuales y los tópicos de forma son propios de novela negra, el autor se vale –con mucha destreza y suficiencia– de este subgénero para entregarnos, no un testimonio, ni una crónica, ni una novela de tesis, sino un producto más complejo, donde la denuncia y el “compromiso” están subordinados a la elaboración artística. Lo que le importa a Roncagliolo, más que entregarnos un objeto de consumo, de vulgar entretenimiento, es poner en circulación un producto en donde estén equilibrados el tema y la forma de narrarlo. El resultado es un trhiller desarrollado con las dosis de suspenso requeridas en estos casos que se acentúa con el añadido que le otorgan lo denso y lo opresivo de los escenarios, sin contar los crímenes pertinentes y su descripción truculenta.
En cuanto al personaje principal, Félix Chacaltana que es un personaje clave, no solo porque es el vínculo entre el mundo andino y el mundo limeño, sino porque su presencia es funcional para hacer evidente las oposiciones entre sierra-costa, comunidad-Estado, tradición-modernidad, ley-costumbres, naturaleza-cultura, quechua-castellano, Yo y el “otro”, etc. Como Fiscal, es parte del Estado, pero el haber nacido en Ayacucho lo hace distinto, lo descoloca, lo escinde, lo perturba. Él está entre los terroristas y los militares, y ya en determinados momentos no distingue lo que es correcto y lo equívoco, lo que está dentro o fuera de la ley,.
Estructuralmente, la novela está dividida en nueve partes. Cada una se inicia con un informe de Chacaltana en donde relata los asesinatos. La última parte es un informe de un agente de inteligencia, excepto la antepenúltima que arranca directamente contando los sucesos. Además, están intercalados unos cinco monólogos, que se supone son la voz de los muertos. La primera parte empieza el jueves 1° de marzo del 2003, y la última parte concluye el miércoles 3 de mayo, es decir el tiempo de la narración, la historia en sí, abarca aproximadamente 2 meses. El narrador es omnisciente, pero astutamente no está en todas partes, sibilino huye, no nos da los detalles más relevantes, sino que se ubica al lado del protagonista, lo sigue, mira, observa, escudriña con él, y, por momentos se aleja y lo contempla como a un ser digno de conmiseración. Con todo, el relato es casi lineal, discurre con la fuerza incontenible de las tragedias, con la trayectoria desbocada de los destinos inexorables. Los saltos al pasado (flashbacks o analepsis, en términos narratológicos), son simplemente recuerdos tormentosos de Chacaltana, evocaciones, reminiscencias de un tiempo sepultado y negado por su vigilante conciencia.
La novela, recrea aquellos años en los que el Perú ya vivía un aparente clima de paz porque Sendero Luminoso al parecer estaba derrotado; sin embargo, también nos da una visión diferente sobre la subversión: esta es una presencia latente, fantasmal, aunque por momentos se manifieste en toda su condición bárbara, por ejemplo, en los asesinatos iniciales y en otras oportunidades en que los senderistas hacen pintas, cuelgan perros y encienden fuegos en los cerros. Pero con el desarrollo de la historia se hace patente que la diferencia entre Sendero y los militares es muy leve: los excesos, el terror y el genocidio fue perpetrado por ambas partes. En este sentido, hace poco la Comisión de la Verdad, nos ha recordado que la violencia política y los daños fueron mucho más graves de lo que pensábamos, y que los muertos de ambos bandos fueron 70,000 y no 20,000 como creíamos. Eso nos dice mucho de cuánto desconocimiento existe sobre nuestro propio país.
Un gran acierto de Roncagliolo es ambientar los hechos, no en Lima, sino en Ayacucho, que es el lugar donde se origina el movimiento subversivo a inicios de los 80; por lo tanto, es una ciudad símbolo, un lugar acotado por el dolor, un territorio azotado por la inclemencia de la Historia. Recordemos que Ayacucho y todo el sur se ha caracterizado por ser una de las zonas más pobres del Perú y tradicionalmente ha sido una región convulsionada por frecuentes levantamientos campesinos; Ayacucho fue cuna de la cultura Wari, el último reducto Chanca, la tierra donde se sella la libertad de América, fuente de mitos, rincón de los muertos, o como quería llamarlo Arguedas “Morada del alma”.
Otro acierto de la novela es que expresa las diferencias que existen entre la sierra y la costa, el centralismo de Lima que deja abandonada a las provincias provocando su retraso, causa de los conflictos sociopolíticos que existen desde décadas atrás. En provincias pareciera que el Estado funcionara mal o no funcionara nunca, perjudicando no solo a las regiones sino a todo el país. El Juez, los fiscales, las autoridades en general muestran a cada momento su descontento con las órdenes venidas de Lima, para ellos estar allí es un castigo y su permanencia es una sucesión de lamentos e insatisfacciones.
El Estado ─con las instituciones que lo conforman (Fuerzas Armadas, Policía Nacional, Poder Judicial, etc.)─, frente a la sociedad andina, a los campesinos y a las comunidades, manifiesta una prepotencia intolerable, el abuso y el trato despectivo es cosa de todos los días: es ineficaz y a la vez opresivo. Basta un ejemplo: cuando el fiscal debe alojarse en Yawarmayo, los oficiales lo alojan a la fuerza en una casa, amenazan al dueño y pagan muy cuantos centavos. Asimismo, hay una relación de enfrentamiento, de violencia entre ellos, se hace explicito el abismo, la incomunicación lingüística y cultural, por eso las más perjudicadas terminarán siendo las personas comunes y corrientes que soportan el abuso de militares y subversivos. Están indefensos entre dos fuegos.
Un aspecto polémico es la mención a los mitos del milenarismo andino (Inkarrí, Pachacuti, etc.). Este tema es tratado a veces superficialmente, como si fuese un agregado folklórico, el toque exótico y regionalista de rigor y no como la fuerza colectiva de profundo contenido social que alguna vez tuvo. Lo rescatable es que introduce un factor que complejiza el fenómeno de la subversión, ya que esta no se debe a resentimientos o a problemas económicos únicamente, sino que es una realidad mucho más difícil de definir que, proviene de muchos siglos atrás.
Finalmente, es inevitable asociarla a Lituma en los Andes, aunque, valgan verdades, Abril rojo es mucho más imparcial, mas reflexiva y carece de ese prejuicio ─tan letrado, tan occidental, tan racista ─que considera al andino como un sujeto ininteligible, irracional, premoderno, detenido en el tiempo, atrapado en el mito o en la utopía.

Pamela Melissa Minaya Barba

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