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lunes, 9 de febrero de 2009

LA VERDAD ELUSIVA EN FUEGO Y OCASO DE JULIÁN PÉREZ

Mark R. Cox
Presbyterian College (USA)

Julián Pérez nació en Ayacucho en 1954 y, como muchos escritores de su generación, su obra se inspira y se nutre del mundo andino. Profesor universitario; es autor de tres libros de cuentos: Transeúntes (1984 y 1990), Tikanka (1989) y Papel de viento (2000); dos novelas: Fuego y ocaso (1998) y Retablo (2004), y el estudio La novelística peruana en los escritores del 70 (1990). Ganador de varios premios literarios, sus cuentos aparecen en cinco antologías. Su narrativa abarca lo andino en la tradición de la protesta social, enfocándose en la vida campesina de Ayacucho y el tema de la violencia política de los años ochenta y noventa. Este trabajo, después de resumir la novela se enfocará en la descripción de los grupos e individuos que participan en la guerra, y sobre todo, en la dificultad de encontrar la verdad sobre el conflicto.
En la novela Fuego y ocaso, Fredy Fernández, periodista principiante en los comienzos de los años ochenta, quiere hacerse famoso reportando la verdad sobre la guerra. Unos subversivos lo envían a Ica para encontrarse con un anciano, Víctor Medina, quien promete contarle la verdad sobre lo que acontece en Pumaranra (Ayacucho), su pueblo, desolado por las fuerzas del orden y los subversivos. Víctor Medina y su pueblo se encuentran entre estas dos fuerzas y una gran parte de la novela es la historia de él, su familia y el pueblo. Otro enfoque es la historia de la búsqueda de la verdad sobre la violencia política que emprende Fredy Fernández. Sin embargo, se resiste a ir a la sierra para experimentar personalmente los sucesos que trata de presentar en su reportaje como si efectivamente estuviera en Ayacucho. Al desarrollarse la novela, el lector se da cuenta de la gran dificultad en encontrar la verdad, oscurecida por los conflictos de intereses de diferentes grupos e individuos y modificada por el proceso de escribir, poniendo en duda cuál es la verdadera historia.

1) Perspectivas sobre la guerra interna
La violencia política que azotó al Perú en los años ochenta y noventa fue catastrófica para el país, dejando a casi setenta mil personas muertas y miles de millones de dólares en daños. Ante este panorama, muchos escritores, como Julián Pérez, han sentido la necesidad de dedicar parte de su obra narrativa a este tema tan doloroso. Más de ciento nueve escritores peruanos han publicado cincuenta novelas y doscientos ocho cuentos sobre este tema, y Julián Pérez es uno de los más prolíficos al respecto, con dos novelas y doce cuentos. La novela Fuego y ocaso refleja la complejidad del conflicto, poniendo énfasis en los efectos personales de su destrucción. Aunque no hay un acercamiento a personajes individuales o motivaciones de las fuerzas del orden ─quienes son caracterizados en la novela como crueles, sangrientos y destructores─, en cambio, el tratamiento de los subversivos es más completo. Los hijos de don Faustino Melgar son personajes simpáticos y muestran una imagen positiva de la subversión,sin embargo, don Faustino Melgar es el personaje que experimenta la transformación más radical: de convencido anticomunista a ferviente seguidor de la lucha armada. Otro efecto de la violencia política se da en Pumaranra, el pueblo de don Faustino, que queda casi completamente destruido y despoblado al final de la novela.

En la novela, las fuerzas del orden son crueles, brutales y sangrientas; arrasan con casi todo. Cuando los soldados llegan por primera vez a Pumaranra, sacan a todo el pueblo a la plaza, interrogan a cinco hombres y una mujer, y matan a los que no aportan información. Don Faustino Melgar, el hombre más importante del pueblo, se encuentra en este grupo porque otros declaran que sus hijos son subversivos, pero él logra salvarse cuando les informa dónde trabaja un hijo suyo (66-70). El narrador describe este primer encuentro como una “orgía de sangre” (69) y a don Faustino, brutalmente golpeado, lo presenta ahogándose en su propia sangre y “casi moribundo” (70). Los soldados matan las vacas y destruyen sus dos casas porque sus dos hijos son subversivos y este tiene que huir del pueblo ya que las fuerzas del orden lo buscan vivo o muerto (161). El informante, Víctor Medina, describe a los dos policías que vigilan al periodista Fredy Fernández, como “animales” y “abusivos y cobardes” (81). Tanto es el caos y la destrucción en Ayacucho que comienzan a proliferar ideas tales como el mundo al revés y el juicio final:

Los acontecimientos de sangre, bárbaros e inmisericordes para los pueblos de la zona, en la ofensiva con apoyo de helicópteros yanquis especialmente diseñados para lucha contra-subversiva, que a todo lo largo y ancho de las regiones azotadas por el flagelo de la rebelión se había propuesto dar de manera fulminante el gobierno, había puesto el mundo al revés. El trueno de las ametralladoras, los incendios provocados por las bombas napalm, las ejecuciones sumarias, las torturas cotidianas a los paisanos apresados y conducidos, después de numerosos enfrentamientos y razzias, a los campamentos militares, habían llenado los días con la aterradora y sólo imaginada fuerza del juicio final (120).

De este modo, la novela describe las acciones de los soldados y los policías como una serie de destrucción y de abusos sin término, dejando abundantes víctimas y desolación.
A diferencia de las fuerzas del orden, el tratamiento, la focalización de los subversivos es más positivo; aunque el texto también explora su lado sanguinario. Se establece un contraste entre ambos bandos cuando un helicóptero ataca al pueblo: después de este ataque los senderistas ayudan a una mujer embarazada (60-61). Sin embargo, más tarde, ella misma sufre una gran desilusión cuando evolucióna la guerra, y su crítica se dirige directamente al hijo de don Faustino Melgar, Cresencio, quien es un dirigente senderista: “Por tu culpa los yana umas (cabezas negras) no nos dejan, día tras día nos matan. Somos ya poquitos en el pueblo. Para qué han encendido este fuego? Nos dijeron que nos llevarían a la buena vida, que las tierras verdearían para todos, pero ahora qué?”(61). Después de este ataque, los subversivos planean “atroces actos de venganza”(62). Don Faustino tiene la impresión de que “los alzados, según las noticias, acostumbraban a tomar sangrienta venganza en todo aquel que informara a las autoridades” (43) y cuando le pregunta a su hijo por qué matan a campesinos y policías, le responde que “Son cosas de la guerra, padre; el tiempo te va a demostrar por qué estas actitudes” (95). Cuando se entera de que su hijo, Cresencio, probablemente está involucrado con la subversión, le tiene miedo: “Sé que los comunistas no respetan ni a su propia madre” (93). Sin embargo, la actitud de don Faustino cambia drásticamente durante el desarrollo de la novela, en gran parte por conocer las razones del porqué sus hijos deciden unirse a la subversión y también por su experiencia personal.
La descripción de los hijos de este personaje es muy positiva y ayuda a explicar por qué unas personas optan por la vía de la lucha armada. Un hijo es maestro y el otro es estudiante universitario, dos sectores de suma importancia en la organización y el desarrollo de Sendero Luminoso. Los dos son buenas personas, en parte, según el texto, por su esencia y por su conocimiento del comunismo: “El hecho de que fueran amables con las paisanas y los peones se justificaba no solo porque ellos poseían el alma de Dios en sus corazones, sino también porque, en la ciudad de Ayacucho, recorría el fantasma llamado comunismo propalando justicia por las aulas universitarias y escolares principalmente” (133). Por estudiar el comunismo, ellos entienden mejor su entorno y así combinan su compasión con una ideología que les da una lógica para explicar el presente y cómo puede ser el futuro (133-34). Puesto de manera muy sencilla, Cresencio le anuncia a su padre que “había llegado la hora de mostrar la dignidad de los explotados del Perú, que los comunistas no son los que te pintaron todo el tiempo las hienas explotadoras” (94). También le promete que va a saber “cómo son por sus acciones” (94). Mientras que hay acciones cruentas por parte de los subversivos, la descripción de los hijos muestra un lado benévolo. Durante las vacaciones los hijos trabajan en las tierras de su padre al lado de los peones y en épocas de sequía los ayudan mientras que su padre no hace nada. Asisten a asambleas de las comunidades, reúnen a jóvenes, enseñan cómo mejorar la producción agrícola y buscan diferentes maneras de apoyar a la comunidad. Convencen a la comunidad a usar dinero originalmente destinado a la iglesia para otros proyectos, como la renovación de la escuela y el campo deportivo (129-37). Mientras la novela enfoca la destrucción causada por las fuerzas del orden, el énfasis en la descripción de los subversivos está más en su apoyo a los pobres y la construcción de un nuevo futuro.

El pueblo de Pumaranra, ubicado en la provincia de Víctor Fajardo, en el departamento de Ayacucho, sufre grandes dosis de violencia al estar entre las dos fuerzas oponentes y es un microcosmo de la guerra y la destrucción reinante. Un día, un helicóptero aparece y destruye el techo de la oficina de Correos y Telégrafos de Pumaranra, la cual es la casa abandonada de don Faustino, quien huye de la guerra (60). Tal es el miedo, que los hombres deciden trabajar por la noche y desaparecer durante el día, dejando esas faenas a los ancianos y a los niños: “Desde hace unos seis o siete meses los pobladores de Pumaranra prefieren el trabajo nocturno, aprovechando la luz de la luna porque de día se las pasan asomando sus cabezas desde los intersticios de las cuevas o de las arboledas de lejanos extramuros (59).

Al final de la novela, solo existen pueblos en ruinas: “se veían las ruinas de un pueblo aldeano, muestras de incendios, huellas de bala, casquillos y rezagos de guerra” (164) y en otro pueblo todavía es posible sentir la destrucción: “aún se sentía el olor de la pólvora y se veían huellas de las bombas incendiarias” (165). La queja de una mujer, después del ataque del ejército, es que los subversivos prometen un mejor futuro, pero el resultado es que los civiles se encuentran entre los dos lados y sufren las peores consecuencias (61).

Don Faustino Melgar, de unos sesenta años de edad, alcanza la posición del hombre más notable del pueblo para luego perderlo todo con el inicio de la guerra. Experimenta, además, una notable transformación de anticomunista a entusiasta adherente de la lucha armada. Al final de la novela, el periodista se percata de que Víctor Medina es Faustino Melgar, quien asume una identidad diferente para evitar la búsqueda del ejército, que lo quiere encontrar vivo o muerto. Este hombre, de niño, gozó de una vida acomodada hasta que muere su padre, cuando él tenía ocho o nueve años; luego viaja por todo el Perú como arriero y cuando es mayor de edad abre una chingana con su madre en las afueras de Ayacucho. Enjuicia a sus tíos por apropiarse de tierras que pertenecen a su madre y, a los treinta años, gana el juicio y va a vivir con su madre en Pumaranra. Poco después, se casa, tiene dos hijos, trabaja en la Oficina de Correos y Telégrafos, y dedica su vida a sus hijos y a la educación de estos cuando mueren su esposa y madre (84-88). Asimismo, se gana fama de mujeriego: “no respetaba ni a las doncellas, ni a las viudas. Tuvo hijos en muchos lugares, y para no tener problemas no los reconocía como suyos, sobornando a las autoridades, si no era él mismo juez de paz o teniente gobernador” (88). Tiene una hija con una mujer y las hace pasar como su empleada y su ahijada (88). Cuando se inician las hostilidades, don Faustino Melgar es el hombre más importante de Pumaranra (47). Se enoja cuando se entera de que los subversivos, en la zona, acaban de destruir una casa hacienda y han matado a su dueño y, aunque tiene menos tierras que muchos hacendados, cree que si llegan a Pumaranra, él será el blanco más probable. También teme que un hijo ilegítimo o un peón de sus chacras quiera vengarse de él (38-45). Sin embargo, el maltrato de los soldados es mucho peor: lo golpean por ser padre de dos subversivos (69-70), y como anteriormente se dijo, destruyen sus dos casas y matan sus vacas (161). Además de la destrucción de sus pertenencias, un hijo muere y el otro le pide que huya, porque los soldados lo buscan vivo o muerto. Así es cómo llega a Ica, ayudado por los subversivos (161-62). Un día, hablando en un bar iqueño con Fredy, el periodista, don Faustino sorpresivamente “vivó a todo grito a la subversión y a su jefe” (89).
Como se ve, la novela describe una época convulsionada por la violencia política donde todos están involucrados, lo quieran o no. Don Faustino goza de una vida tranquila, pero cuando aparece la guerra pierde sus propiedades, los soldados lo golpean salvajemente, y se encuentra con la necesidad de cambiar su identidad y huir para salvar su vida. Al experimentar la guerra en carne propia, don Faustino cambia drásticamente de actitud hacia el comunismo, especialmente con Sendero Luminoso, y de tanta desconfianza y miedo, pasa a abogar por la lucha armada.

2) La verdad elusiva
Se dice que la primera víctima de una guerra es la verdad. Durante toda la novela hay un esfuerzo por cuestionar lo que normalmente se presenta como la verdad sobre la guerra. Uno de los resultados de la violencia política, en los años ochenta y noventa, es que mucha gente tiene cuidado cuando habla con otras personas; nadie sabe en quién confiar, porque pueden ser miembros de uno de los dos bandos en el conflicto. En la novela, hay una fuerte crítica a los medios de comunicación masiva por sus errores y falta de valentía para denunciar los abusos. Fredy Fernández es un ejemplo del periodismo y, al final del texto, uno de sus críticos más vociferantes. En el libro también se toca el tema de la escritura de la noticia, es decir, el proceso selectivo que puede alterar y modificar la verdad (y por consiguiente, el concepto de la realidad).
La novela recrea el ambiente donde nadie puede confiar en nadie y hay muchas dudas de quién está con qué lado. Por ejemplo, el personaje conocido como el viejo, Víctor Medina/Faustino Melgar, es un elemento representativo de esta confusión. Parece una persona inocua, sin peligro para nadie y demasiado viejo para estar metido en algo sospechoso, pero no es así. Si bien, al inicio, representa a los ricos y poderosos, posteriormente se transforma en Víctor Medina, quien apoya y colabora con la subversión. Si un individuo experimenta tantos cambios en pocos años, es difícil saber ya en quién creer. En otro nivel, nadie sabe quién es miembro de las organizaciones de inteligencia. Fredy lamenta la sensación opresiva de ser observado: “No estaba acostumbrado a esa persecución velada a la cual, sin estar consciente de ello, casi toda la población iqueña está sometida, sea por los PIP o los miembros de inteligencia de las FF.AA., por un lado y, por otro, por la “inteligencia” de los subversivos” (79). En este contexto, la desconfianza se generaliza y se perturban los lazos que hacen posible la comunicación entre los miembros de la sociedad.
Por otro lado, las críticas a la capacidad y al deseo de la prensa para presentar una visión verídica de los sucesos de la guerra son bastante fuertes. Fredy intuye que las noticias que aparecen en los periódicos, la televisión y la radio, son poco más que la versión militar sin verificar su veracidad (15). Ejemplos de los errores constantes de la prensa, en este caso la radio, se encuentran cuando las fuerzas del orden llegan por primera vez a Pumaranra. Dicen que don Faustino Melgar es un líder subversivo, pero en ese momento no es nada más que el “notable” del pueblo y, paradójicamente, un padre anticomunista de dos subversivos (91). Su reacción es de confusión: “lo que está escuchando le hace comprender que ya nada es para creer” (92). En otra ocasión la radio dice que los dos hijos de Faustino han muerto en enfrentamientos con el ejército, pero sabe que por lo menos uno de sus hijos vive porque acaba de salir de su casa y piensa: “acaso eso sea otra mentira del locutor”(98).
Aunque no especifica la razón, el periódico de Fredy niega publicar su reportaje. Su esposa menciona que la preocupación del editor es que el reportaje “comprometía mucho a las fuerzas del orden que tanto esfuerzo hacen por erradicar la lacra de la subversión” (141). La reacción de Medina es la siguiente: “¿No te dije? Ningún canalla de la capital, si no tiene la hombría bien puesta entre las piernas publicará cosas que queman, Fredy” (144). Así, se representa a una prensa ociosa que reproduce la versión militar sin verificar si esta es verdadera o no; propensa a cometer innumerables errores en sus reportajes; sin la valentía de reportar la verdad y que se calla y se autocensura ante información que le incomoda.
Aunque al final de la novela Fredy Fernández, el periodista incipiente, renuncia al periodismo, durante la novela es un ejemplo de cómo la prensa e individuos relacionados a ella pueden manipular la verdad. Miente sobre el hombre que le da la información de cómo encontrarse con el subversivo en Ica y dice que es familiar suyo (13) y que estudiaban juntos en la Universidad Nacional Mayor de San Marcos (16). Lo apoyan hasta cierto punto, pero los subversivos le tienen desconfianza y creen que no sabe nada de la situación: “Usted es un amigo, aunque simpatice con un partido, un grupúsculo diría yo con razón, de izquierda entre comillas... Sabemos que usted es de los que adhieren a esos grupos vendeobreros por la fuerza de la costumbre pero no por un poco de raciocinio” (17-18) y “Usted no sabe nada de nosotros, ni del pueblo que nos sustenta. Usted es un equivocado, acéptelo y no se acalore” (18). Al tener un informante, Fredy piensa no viajar a la sierra, sino mentir y afirmar que todos sus reportajes están ubicados allí. Le dice a su esposa que así se tragan el cuento, ya no iré adonde estoy por ir, y solo seguiré enviando desde aquí más reportajes inventados e iré a algún caserío de por aquí cerca a tomar unas vistas para graficar mis envíos” (52). Repetidas veces presenta su reportaje como si estuviera allí en persona: “me dijo el comandante”, “en mi visita del día anterior” y “Haciéndome pasar por una de las autoridades de Vilcanchos” (105). Varias veces dice: “Inventé pueblos de puna”, “Y en base a los relatos del viejo, aligeré mi “reportaje” plasmando al cálculo acciones subversivas” e “Imaginé también a un reportero” (127-28). Cuando su periódico no quiere publicar su reportaje, Fredy decide dejar de ser periodista: “me decidí a no ser jamás periodista ni nada que se parezca, porque para ser cómplices de falacias seculares no se requiere un diploma” (167). El resultado es que Fredy aparece como un redomado mentiroso que sabe poco de la subversión, escribe su informe antes de viajar a la sierra y, aunque su versión es una mezcla de verdad y mentiras, su periódico igual niega publicarlo porque, en parte, pinta una imagen negativa de las fuerzas del orden.
Esta cuestión de la confusión sobre qué y cuál es la verdad también involucra a la novela misma, el proceso de escribir y la dicotomía o la dialéctica de la verdad y la mentira como la violencia política. En una sección destaca una dura crítica a la falta de conocimiento sobre los acontecimientos: “Acontecimientos de los que solo los propios actuarios sabían a ciencia cierta de su dureza y atrocidad, ya que estaban tapiados con el oprobio del silencio para las conciencias de las principales ciudades y para el mundo entero” (120-21). ¿Cómo es posible llenar ese silencio? La novela se basa en muchas fuentes dudosas. Fredy miente en sus interacciones con otros. Su escritura es pura invención y saca parte de su informe del testimonio de un subversivo. Tampoco se sabe cuánto creer sobre lo que dice don Faustino Melgar/Víctor Medina. Aunque uno se inclina a creer la mayor parte de la información, es imposible distinguir exactamente cuál es la verdad y cuál no la es. En otro nivel, y este es el más importante, la novela señala lo difícil que es distinguir entre las múltiples voces e intereses en conflicto que declaran manifestar la verdad cuando hay una guerra, y esto es uno de los mayores logros de la novela: enseñar al lector a leer con ojo crítico.
En conclusión, esta novela forma parte de un número impresionante de obras sobre la violencia política de los años ochenta y noventa. Describe la destrucción causada por los dos bandos en conflicto e inspecciona con más detalle las motivaciones por las que algunos llegaron a involucrarse en la lucha armada.
Aunque hay muchas obras de la narrativa peruana que exploran estos y otros aspectos de la violencia política, una novedad de esta novela es el radical cuestionamiento de la verdad, enfocandose en problematizar la veracidad de las múltiples versiones de la guerra. Señala además, la forma en que grupos, individuos e instituciones pueden manipular esta verdad con el objetivo de crear una versión muy distinta a lo que “realmente” ocurrió. Fuego y ocaso es un gran aporte a la narrativa peruana contemporánea y a las obras narrativas publicadas sobre la violencia política de los años ochenta y noventa.

Bibliografía

Pérez, Julián. Fuego y ocaso. Lima: Editorial San Marcos, 1998.
C. La novelística peruana en los escritores del 70. Lima: Ediciones Retama, 1990.
C. Papel de viento. Lima: Editorial San Marcos, 2000.
C. Retablo. Lima: Universidad Nacional Federico Villarreal, 2004.
C. Tikanka. Lima: Retama, 1989.
C. Transeúntes. Lima: Labrusa, 2a ed., 1990.

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