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lunes, 9 de febrero de 2009

ORALIDAD, ESCRITURA Y MEMORIA COLECTIVA: UNA APROXIMACIÓN A SUS DINÁMICAS
Jorge Terán Morveli
Universidad Nacional Federico Villarreal
Resumen:
El presente artículo examina la complejidad que involucran las relaciones entre oralidad y escritura, sobre la base de la tipología de Ong, y la reformulación de Martínez Pizarro. Asimismo, se detiene en la importancia de estas tecnologías de la palabra para la elaboración de la memoria colectiva.

1. Oralidad y escritura.
Desde los trabajos pioneros de Milman Parry
[1] acerca de las fórmulas poéticas orales presentes en los poemas homéricos, los estudios acerca de la oralidad –no sólo como proceso comunicativo sino como característica social– se han especializado, desentrañando los factores que implican su hegemonía o subalteridad dentro de sociedades determinadas.[2] La oralidad ha reclamado un lugar en los estudios académicos, un espacio de investigación después de haber permanecido durante siglos en las sombras y asociado a lo “primitivo”.[3] El estudio del fenómeno oral ha sido abordado desde distintos puntos de vista: literario, social, lingüístico, etc. La oralidad se ha convertido en un sistema comunicativo asociado, inevitablemente, a una forma determinada de organizar la cultura,[4] diferenciable de la organización cultural regida por el uso y primacía de la escritura, donde esta se convierte en la base más sólida para el funcionamiento y cohesión de sus instituciones sociales.
Ong (1994)
[5] realiza un estudio exhaustivo acerca del estado en que se hallan las relaciones entre oralidad y escritura. Ambas se configuran como tecnologías específicas acerca de la palabra. Cada cual usa mecanismos distintos para expresarla; sin embargo, la oralidad antecede a la escritura: “La escritura nunca puede prescindir de la oralidad. [...] podemos llamar a la escritura un ‘sistema secundario de modelado’, que depende de un sistema anterior: la lengua hablada” (17-18).
Estamos frente a las tecnologías de la palabra: la oralidad y la escritura. Ambas son un pilar importante en la organización de las sociedades.
[6] Sin embargo, si bien ambas coexisten en toda sociedad, suele primar una de ellas, estableciéndose una relación jerárquica y, en ocasiones (en los casos donde el proceso original de encuentro —o desencuentro— que origina la posterior coexistencia entre la escritura y la oralidad implica presencia violenta de la primera sobre la segunda), de sometimiento. Estas tecnologías, a su vez relacionadas con el medio comunicativo que privilegian (llámese oral o escritural), organizan la sociedad y las formas de pensamiento. El uso de determinada tecnología de la palabra juega un papel preponderante en la construcción de la perspectiva desde la cual observa —y se observa a sí mismo— el grupo socio-cultural. Tal como lo menciona Ong:

Propuse anteriormente (1967b, p. 189) que muchos de los contrastes a menudo establecidos entre perspectivas “occidentales” y otras, parecen reducibles a diferencias entre el conocimiento profundamente interiorizado de la escritura y los estados de conciencia más o menos residualmente orales (Ong, 1994: 36).

Estas perspectivas se erigen sobre las características que presentan cada uno de los sistemas comunicativos mencionados. Roman Jakobson, refiriéndose a la comunicación lingüística, elaboró un esquema que permitirá establecer las diferencias entre oralidad y escritura a nivel lingüístico:

Contexto
Emisor Mensaje Receptor
Contacto
Código

La explicación de Jakobson acerca del esquema es la siguiente: el emisor dirige un mensaje al receptor; el mensaje usa un código
[7] (normalmente el idioma que se supone del conocimiento de ambos participantes); posee, además, un contexto[8] (o “referente”, que remite a una realidad) y se transmite por medio de un contacto (un medio, que puede ser una conversación, una comunicación telegráfica, un texto escrito, etc.).
Es en el contacto, en el medio de comunicación, donde se establece la opción por la oralidad o la escritura. Pero es esta opción específica la que implica la actualización de determinadas categorías en los demás elementos de la comunicación.
La escritura, suponiendo la intención de comunicación eficaz es “un sistema codificado de signos visibles por medio del cual un escritor podía determinar las palabras exactas que el lector generaría a partir del texto [...] en su acepción más estricta” (Ong, 1994: 87). El mensaje, la frase,
[9] usa un contacto escrito; se fija sobre un material tangible y puede ser revisado, una y otra vez, en cualquier lugar, en cualquier tiempo. Sobre este contacto se articulan el resto de categorías. El emisor y el receptor no están presentes en la escritura. Su ausencia es no sólo espacial sino temporal. (Un texto escrito hace cien años por un individuo en España puede ser leído y decodificado por un lector moderno en el Perú del siglo XXI). El contexto (“referente”), la realidad a la que se alude en el mensaje no está presente en el acto comunicativo, puede estar alejada en el tiempo y el espacio. (Podemos leer las crónicas acerca de la conquista, o una noticia de tan sólo un día de anterioridad). La escritura está regida, sobre todo, por dos principios: aterritorialidad y atemporalidad.

Contexto
(Ausente)
Emisor Mensaje Receptor

(ausente) (ausente)
Contacto
(escrito, fijo en el texto)
(aterritorialidad)
(atemporalidad)

El territorio de la escritura es la escritura misma. Es autoreferencial. Una buena comunicación implica la comprensión del mensaje sin recurrir a otros textos, a otras fuentes de información. Lo que nos remite a la convención de verdad de la escritura; la coherencia interna de esta otorga al mensaje no sólo verosimilitud, sino la capacidad de convertirse en verdad, de volverse un documento probatorio y de poder.
[10]
La oralidad, suponiendo la intención de comunicarse eficazmente,[11] comprende la interacción presencial entre emisor(es) y receptor(es) por medio de la lengua hablada. El mensaje, el enunciado,[12] usa un contacto directo, oral: la palabra;[13] no hay una fijación sobre material tangible (lo que no implica que la oralidad no desarrolle sus propios mecanismos de recuperación de la memoria).[14] Sobre este contacto se articulan el resto de categorías. El emisor y el receptor se hallan presentes en la oralidad; no sólo interactúan verbalmente sino que pueden hacerlo corporalmente (gestos, movimientos, etc.); su presencia se da en un lugar y durante un tiempo determinados; el que usen para llevar a cabo la comunicación. (Una charla entre un profesor y un estudiante, en un aula determinada, durante la hora de estudio). El contexto (“referente”), la realidad a la que se alude en el mensaje puede estar presente o ausente durante el acto comunicativo; lo que se comunica puede referirse a algo que sucede en el mismo instante de la enunciación, o algo que sucedió a una distancia espacial y temporal mayor,[15] (podemos narrar algo que vemos en el mismo instante que sucede, como en el caso de los noticiarios narrados en vivo, sobre una catástrofe, un incendio, o algún hecho acaecido tiempo atrás). Es decir, la oralidad es un hecho único e irrepetible, que se da en un espacio y en un tiempo determinados. Los principios que la rigen son: territorialidad y temporalidad. Se relaciona, ineludiblemente, con el contexto,[16] que influye y determina los alcances de la comunicación.

Contexto
(Presente o Ausente)
Emisor Mensaje Receptor
(presente) (presente)
Contacto
(oral, único e irrepetible)
(territorialidad)
(temporalidad)

El territorio de la oralidad es el mundo, lo que rodea al hombre. La convención acerca de la verdad, en lo concerniente a la vocalidad, implica el respeto a las normas que rigen el ámbito que endocultura al individuo, a la colectividad.

2. Oralidad: memoria colectiva e historia oral

Cada una de las tecnologías de la palabra implica, también, como mencionamos párrafos atrás, una forma de organizar la sociedad y la cultura. La imagen y revisión del pasado se vuelve uno de los puntos medulares sobre el que actúan la oralidad o la escritura.
Sánchez Parga (1989) a propósito del tema, menciona: “La palabra, en la medida que es pura temporalidad, instantánea no es objeto de historia: mientras que la escritura tiene el poder de retener el pasado y de perdurar en el futuro, es a la vez archivo y programa”. Sobre la palabra afirma: “su significante no es separable del cuerpo individual o colectivo, ya que no puede existir fuera del lugar de su producción; el enunciado no es aislable ni del acto social de enunciación ni de la presencia que ella misma se otorga”.
Esto no impide que la oralidad posea mecanismos que permitan la recuperación y salvaguarda de la memoria. Apuntemos primero el carácter colectivo de la oralidad: todo grupo socio-cultural que conserva y transmite la memoria acerca de su historia, sobre la base de sistemas orales (con las ayudas mnemotécnicas, si las hubiera), extiende esta memoria a todos sus miembros. Se constituye en una memoria colectiva que no sólo involucra el conocimiento del pasado del grupo (historia), sino el aprendizaje de tradiciones y normas sociales que permiten la cohesión interna de la sociedad en cuestión. La memoria colectiva se asocia, entonces, a un pensamiento social, a un imaginario colectivo.
La historia oral, por el mismo hecho de ser una manifestación social de la oralidad, se organiza sobre los principios de esta. No posee la misma “exactitud histórica” que caracteriza a la escritura; no puede ser revisada ni cuestionada, a menos que se produzca un cambio violento en las estructuras políticas o religiosas de la sociedad, siendo el siguiente cambio de índole cultural.
[17] En ese sentido, la historia oral es más plástica; existe una transformación de los hechos en el tiempo: se registran olvidos o recreaciones constantes, de acuerdo a los intereses socio-culturales del grupo, de acuerdo a la visión que resulte más adecuada a sus fines de perdurar como tal. Es decir, la memoria histórica se conserva y transmite para reforzar la identidad socio-cultural, para asegurar la reproducción de la sociedad. La historia oral se transmite a partir de mitos, leyendas, cuentos y relatos acerca del grupo, por medio de la tradición oral.
Mientras la escritura ofrece una objetividad histórica, la oralidad nos presenta una subjetividad histórica, donde se produce una constante recreación del pasado. La memoria colectiva elimina todo aquello que atente contra la existencia socio-cultural del grupo, todo aquello que cuestione o resulte incómodo para este; en casos como la conquista de América, los vencidos optan por buscar una explicación coherente a lo sucedido.
[18] La historia oral es un vehículo social que los grupos activan para reforzar su identidad. No interesa que existan ya textos escritos que establecen fechas y hechos exactos, siempre la memoria colectiva de los sectores que tienen a la oralidad como tecnología de la palabra ofrecerá otro discurso que puede alterar estas categorías que garantizan las convenciones escriturales de veridición; los datos históricos son alterados, puesto que la dinámica sirve a la creación de una historia oral que se erige en una historia otra, distinta de la escrita. Un ejemplo lo hallamos en Gregorio Condori Mamani, autobiografía (Escalante y Valderrama, 1979),[19] en el capítulo III se narra la apropiación chilena de Tacna y Arica desde los tiempos de Cristóbal Colón y el posterior intento de Sánchez Cerro de emboscar a los chilenos, construyendo un camino por el Ukhu Pacha. Aquí los hechos históricos tergiversados ofrecen otra historia que está relacionada con el modo de ver y entender la realidad (MVER)[20] del sujeto endoculturado, parte del grupo socio-cultural.[21]

3. La oralidad frente a la escritura.

Ong (1994) al estudiar los contactos posibles entre la oralidad y la escritura, menciona dos tipos de oralidad: una oralidad primaria, donde lo que existe es una ausencia total de cualquier posible relación entre lo oral y lo escritural, donde los sujetos del primero no conocen ni remotamente los usos del segundo; y una oralidad secundaria, que se refiere a los textos orales surgidos en la era moderna, aquellos que usan como medios de comunicación el teléfono, la radio y la televisión, que se originan sobre la base de textos escritos.
Martínez Pizarro (1992) reformula el orden de la clasificación original de Ong y agrega una tercera, ofreciendo una tipología que se propone más acorde con la realidad contemporánea. La oralidad primaria es, menciona, en la actualidad, inexistente. Un ejemplo de su permanencia tendría que remontarse a las culturas ágrafas antes del encuentro con la escritura. La utilidad de esta es conocida aun por aquellos que no la manejan, pero que pueden usar un intermediario para apropiarse de ella (un escribano que redacta una carta a pedido de un analfabeto, por ejemplo); esta sería la oralidad secundaria. La oralidad secundaria de Ong pasa a renombrarse oralidad terciaria, que es una oralidad de letrados. Verbigracia: la lectura de información en un noticiario, a través de texto impreso o del pronter.
[22]
Las relaciones entre la oralidad y la escritura implican, entonces, encuentros entre formas distintas de pensamiento, entre formas distintas de organizar la realidad (MVER). Los encuentros ocurren a nivel socio-cultural, de MVER.[23] El estudio de la oralidad usada en un grupo a través de su historia oral y tradición oral nos permitirá descubrir la memoria colectiva que selecciona y recrea los textos del pasado. Valga anotar que la etnología define como objeto de estudio también a los grupos que usan la oralidad.[24]

Bibliografía
ADORNO, Rolena
1992 Cronista y Príncipe. La obra de Guaman Poma de Ayala. Lima, PUCP.
ANDERSON, Benedict
2000 Comunidades imaginarias. Reflexiones sobre el origen y la difusión del nacionalismo. México, FCE.
ANÓNIMO
1975 Dioses y hombres de Huarochirí. México, Siglo XXI. Trad. de José María Arguedas, apéndice de Pierre Duviols.
BERTUCCELLI PAPI, Marcella
1994 1996 Qué es la pragmática. Barcelona, Paidós.
ESCALANTE, Carmen y Ricardo VALDERRAMA
1979 Gregorio Condori Mamani. Autobiografía. Cusco, Centro de Estudios Rurales Andinos Bartolomé de las Casas.
HUAMÁN, Miguel Ángel
1993 Literatura y cultura. Lima, UNMSM.
LIENHARD, Martín
1992 La voz y su huella. Lima, Horizonte.
LÓPEZ BARALT, Mercedes
1993 Guaman Poma. Autor y Artista. Lima, PUCP.
MARDONES, José María
2000 El retorno del mito. Madrid, Síntesis.
MARTÍNEZ PIZARRO, Joaquín
1992 “Sobre oralidad y escritura”. En: Lienzo 13. Lima, pp. 121-139.
ONG, Walter J.
1994 Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra. Bogotá, FCE.
ORTIZ RESCANIERE, Alejandro
1975 De Adavena a Inkarrí. Lima, Retablo de Papel.
1980 Huarochirí. 400 años después. Lima, PUCP.
PEASE, Franklin
1993 “Prólogo”. En: Felipe Guaman Poma de Ayala. Nueva Corónica y Buen Gobierno. Lima, FCE.
SÁNCHEZ PARGA, José
1989 “La historia oral: oralidad y escritura”. En: La observación, la memoria y la palabra en la investigación social. Quito, CAPP, pp. 53-83.
ZUMTHOR, Paul
1991 Introducción a la poesía oral. Madrid, Taurus.



[1] El debate acerca de la oralidad y escritura (como pensamiento y forma de expresión) surgió en los estudios literarios con el trabajo de Milman Parry acerca de La Iliada y La Odisea, con su Tesis Doctoral de París: L´Epithète traditionelle dans Homère, 1928.
[2] Ver Ong (1994), capítulos III (“Algunas psicodinámicas de la oralidad”) y IV (“La escritura reestructura la conciencia”). Ong plantea las características de ambas tecnologías de la palabra, a la vez que las distintas formas de pensamiento que implica el uso de una u otra; e incluso el uso del tipo de alfabeto.
[3] Lo primitivo tal como lo entendían antrópologos anteriores a Mauss y Lévi Strauss, de tendencia positivista, tales como Malinowski, donde lo primitivo es un estado anterior a la civilización, una cadena en el curso histórico de la humanidad, diacrónica, y no otra forma de organizar la cultura, sincrónica.
[4] Es la relación sociedad-cultura la que usamos para el artículo: “En el proceso de su desarrollo histórico toda colectividad humana, desde tiempos inmemoriales, ha elaborado un conjunto de normas y formas de organización socio-política que le es inherente. Estas determinadas reglas, creencias e ideas en torno a su naturaleza, identidad y experiencia dotan a la sociedad de un rostro singular que va delimitando su posterior evolución. Así, el ayllu, la horda, el burgos o la democracia, la monarquía, el mercantilismo identifican a diferentes sociedades en distintas etapas de la historia, tanto como la lengua, la geografía o la raza. [...] Este conjunto de formas, reglas y creencias que acompaña toda vida humana constituye lo que podemos llamar de manera general, la cultura. Lo cultural es una dimensión de la vida social integral y esencial, tanto así que son estos valores y creencias los que definen nuestras diferencias y semejanzas.” Huamán (1993). Lo cultural se manifiesta, entre otras formas, a través de las reglas, creencias y costumbres que se adquieren en la niñez y se rastrean en la vida adulta.
[5] La primera edición en inglés es de 1984; la primera en castellano de 1987. En Oralidad y escritura. Tecnologías de la palabra, Ong precisa, sobre la base de la lectura de los estudios acerca de ambas formas de comunicación, las características que las definen, así como las relaciones existentes entre ellas.
[6] Incluso para la idea de Nación, por lo menos, como se le entendía en el siglo XIX, –y que es la que primó en el discurso acerca de la nación, en el nacimiento de las naciones hispanoamericanas– la lengua común es una de las columnas sobre la que se sostiene una identidad nacional, además del territorio, el pasado común, etc. Ver: Anderson (2000), cap. IV. “Pioneros criollos”.
[7] Aquí no se consideran los intentos errados de comunicación, como la posible entre dos participantes (emisor-receptor) que no compartan el idioma. El esquema implica una eficaz comunicación.
[8] El contexto al que se refiere Jakobson tiene que ver con el referente, con lo que se alude en el texto, la realidad sobre la que se emite el mensaje. No el contexto en términos de espacialidad y temporalidad.
[9] La frase está relacionada con la gramática, con una forma ideal de comunicación, sin remanentes orales. El enunciado, tiene que ver con el momento de la enunciación. Para una mejor comprensión acerca del significado de la frase, del significado enunciativo y del significado del hablante, ver Bertuccelli Papi (1996), pp. 176-179.
[10] v. gr. los documentos judiciales tienen carácter de verdad, a la vez que son vehículo de poder: autorizan la toma de acciones. Los textos antiguos se acogen como verdad, como fuente de consulta, en vista que se sostienen en la Historia. Para el caso de los conflictos o de la presencia de estos textos escritos como discursos verdaderos y poderosos, en el marco de las tensiones existentes entre oralidad y escritura, ver: Lienhard (1992), cap I. “La irrupción de la escritura en el escenario americano”. Para el estudio de casos específicos ver: Lienhard (1992), “Segunda parte: Estudios de casos”, donde se detiene ante los discursos de Guaman Poma y Titu Cusi Yupanqui; Adorno (1992) cap. 9. “No permita que nos acauemos”; López-Baralt (1993) “La estridencia silente: oralidad, escritura e iconografía”; Pease (1993) “Prólogo” a la edición de la Nueva Corónica y Buen Gobierno de Guaman Poma.
[11] En la oralidad, los términos manipulación y tergiversación son más notorios que en la escritura (esta última también hace uso de ambos términos pero la convención de verosimilitud los hacen más difíciles de rastrear). En el caso de los testimonios entran en juego estos términos de acuerdo a los fines que persiga el testor, de la imagen que pretenda construir ante el gestor.
[12] Op. cit. Nota 9.
[13] En términos saussureanos estaríamos hablando del uso particular de la lengua realizada por cada individuo de una sociedad: el habla.
[14] Aquí no nos referimos sólo al uso de instrumentos mnemotécnicos para recuperar y ayudar a la memoria que se efectúan, sobre todo, en discursos orales ya establecidos y sancionados como vitales para el grupo; pues lo que fijan no es la palabra en sí, sino conceptos e historias que se actualizan, igualmente, de distinta forma cada vez que se recuperan por medio de estos instrumentos; el hecho oral continúa siendo único e irrepetible. Al hablar de mecanismos de recuperación de la memoria nos referimos a la tradición oral y a las fórmulas narrativas y poéticas que actualizan las narraciones orales y las composiciones poéticas orales, respectivamente.
[15] Cuando la distancia temporal y territorial es mayor, la información cede a la deformación, sobre todo en el tiempo; tiende a reinterpretarse y reformularse.
[16] El contexto como situación espacio-temporal específica.
[17] Inclusive si se dieran estas condiciones la resistencia al cambio sería difícil de superar —aunque no imposible— en lo concerniente a la religión. Los cambios violentos en culturas orales o de marcada oralidad, donde aún la escritura no se ha interiorizado, luchan contra estos cambios, merced a un conservadurismo en las estructuras basadas en la oralidad. Encontramos un ejemplo en los cambios religiosos intentados por Akhenatón, al querer instituir el culto solar en el Egipto faraónico y que concluyó con su derrota y muerte. En lo respectivo a la Historia, los cambios son más aceptados, la flexibilidad de la memoria oral responde a motivos políticos, también ligados con un cambio violento, como la eliminación de la historia oral oficial de un pasado ignominioso (con la consiguiente creación de uno mítico y glorioso), de un soberano incapaz. Verbigracia: la desaparición de la memoria colectiva inca de Inca Urco, gobernante anterior a Pachacútec. Sin embargo, la historia oral no oficial, como podía ser la de la panaca a la que perteneció este inca, continuó su memoria. Su desaparición no fue completa.
[18] Dentro de este proceso de “hacer la realidad más comprensible” se hallan no sólo los mitos construidos por los grupos vencidos a partir de la conquista de América, sino las narraciones orales en general (cuentos, leyendas, mitos) formuladas por sus descendientes en los siglos siguientes, hasta la actualidad. Para una ejemplificación de esta continuidad discursiva ver: Ortiz Rescaniere (1975) y (1980), donde aplica el método estructuralista sobre la base de los mitos recogidos en Dioses y hombres de Huarochirí por el padre Francisco de Ávila a finales del S. XVI y comienzos del S. XVII (trad. de Arguedas, 1966) y mitos recogidos a partir del último tercio del siglo XX .
[19] La primera edición, bilingüe, data de 1977.
[20] Usamos el concepto de Mardones acerca del modo de ver y entender la realidad: “…que podemos concebirlo, más que como unos determinados contenidos, como un molde mental o “forma mentis”, en la cual se configuran las cosas” (2000: 60).
[21] El suceso se encuentra en las pp. 21-22 de la 2ª edición (1979). En una primera lectura lo que se observa es a Sánchez Cerro relacionado con lo occidental, lo que lo configura como invasor al intentar ingresar al Ukhu Pacha. Tacna y Arica pertenecen también a Occidente: se les remite al tiempo antiguo de Colón, de la llegada europea. El conflicto le es totalmente ajeno a los indígenas.
[22] En esta oralidad terciaria podemos incluir las clases pedagógicas surgidas de la lectura y comentario de un texto escrito: la oralidad surgida de la escritura.
[23] Lo que implica, además, estos contactos, es el hecho del surgimiento de formas de pensamiento mixtas, producto del encuentro de ambas tecnologías; es decir, existe una oralidad mixta. Zumthor (1991), explora estas posibilidades. Dejamos para otra ocasión el desarrollo de la tipología propuesta por este autor.
[24] Ver Sánchez Parga (1989), donde apunta las bases sobre las cuales se desarrolló la etnología desde el siglo XVIII: “La oralidad: comunicación propia de una sociedad ‘tradicional’. La espacialidad: marco sincrónico de un sistema social que ‘aparece’ desprovisto de historia. La alteridad: diferencia significante, producida por el corte cultural, en relación o referencia a otras socio-culturas. El inconsciente: estatus propio de los fenómenos colectivos referidos a una significación en cierto modo extraña”. Por otra parte, la escritura se asocia a la Historia, que tiene como características: la escritura, la temporalidad, la identidad y la conciencia.

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