Nido de cuervos. Cuentos peruanos de terror y suspenso. Bohemia Lux. Lima. 2011. 56 pág.
Con referencia a esta notable antología, tal vez bastase citar a Lovecraft cuando decía que “el miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido”; y como complemento al espanto y a lo desconocido, aquí se nos ofrece, además, lo sorpresivo, lo monstruoso y lo extraño en catorce variantes, plenas de generosa ingeniosidad y bizarría.
Reconozco que la elección de esta muestra seguramente fue cuidadosa y bastante rigurosa; no obstante, solo comentaré las que me parecieron mucho más representativas.
El hallazgo (de Jorge Ramos Cabezas), es un breve relato de nítido carácter borgiano, que se presenta bastante logrado, aún cuando explora temas transitados –pero provechosos, sin duda- tales como mundos paralelos o el sugestivo tópico del doble.
También El ángel caído (de Pablo Nicoli Segura) es una agradable sorpresa de esta colección ya que el autor juega hábilmente con la identidades tanto del demonio como de Jesús, oportuna estrategia cuya temática al parecer proviene del amplio caudal del gnosticismo.
Asimismo, Un amor equívoco de Adriana Alarco de Zadra, destaca con sus lejanas resonancias faulknerianas, cuasi realista maravillosa, pero con esa precisa carga de perturbación y perversidad que la convierte en uno de las mejores historias de este libro.
Pero son dos los cuentos quienes se llevan los puntos más altos en el astuto manejo del horror; en el arte de provocar escalofrío y estremecimiento. Uno es Incubación de Armando Alzamora que al leerlo es inevitable sentir una enfermiza repelencia a todo lo orgánico, imaginando la miasis que aqueja al protagonista.
Y otro es Nacido de Carlos Enrique Saldívar, que funciona como un contundente puñetazo en la cara del lector aun más avisado. Es, sin duda, esa inesperada combinación entre lo doméstico y el gore altamente visual, la que lo califica como el mejor de los antologados en esta selección del horror y el suspenso. No nos sorprende esta cualidad, ya que Saldívar, se ha venido consagrando, en los últimos años, como uno de los más talentosos escritores jóvenes del género.
Sin embargo, es necesario advertir una puntual falencia, rémora, cierto descuido de los cuentistas: que estos relatos requieren de un mayor refinamiento en el estilo. Así, debo insistir en que el buen trabajo de la prosa es fundamental –aunque no único, por supuesto. No es suficiente la anécdota; el lenguaje es lo que convierte una historia trivial en un cuento con mayúsculas. Recordemos que maestros como Borges, Ribeyro o Allan Poe fueron, a su modo, grandes estilistas.
Con referencia a esta notable antología, tal vez bastase citar a Lovecraft cuando decía que “el miedo es una de las emociones más antiguas y poderosas de la humanidad, y el miedo más antiguo y poderoso es el temor a lo desconocido”; y como complemento al espanto y a lo desconocido, aquí se nos ofrece, además, lo sorpresivo, lo monstruoso y lo extraño en catorce variantes, plenas de generosa ingeniosidad y bizarría.
Reconozco que la elección de esta muestra seguramente fue cuidadosa y bastante rigurosa; no obstante, solo comentaré las que me parecieron mucho más representativas.
El hallazgo (de Jorge Ramos Cabezas), es un breve relato de nítido carácter borgiano, que se presenta bastante logrado, aún cuando explora temas transitados –pero provechosos, sin duda- tales como mundos paralelos o el sugestivo tópico del doble.
También El ángel caído (de Pablo Nicoli Segura) es una agradable sorpresa de esta colección ya que el autor juega hábilmente con la identidades tanto del demonio como de Jesús, oportuna estrategia cuya temática al parecer proviene del amplio caudal del gnosticismo.
Asimismo, Un amor equívoco de Adriana Alarco de Zadra, destaca con sus lejanas resonancias faulknerianas, cuasi realista maravillosa, pero con esa precisa carga de perturbación y perversidad que la convierte en uno de las mejores historias de este libro.
Pero son dos los cuentos quienes se llevan los puntos más altos en el astuto manejo del horror; en el arte de provocar escalofrío y estremecimiento. Uno es Incubación de Armando Alzamora que al leerlo es inevitable sentir una enfermiza repelencia a todo lo orgánico, imaginando la miasis que aqueja al protagonista.
Y otro es Nacido de Carlos Enrique Saldívar, que funciona como un contundente puñetazo en la cara del lector aun más avisado. Es, sin duda, esa inesperada combinación entre lo doméstico y el gore altamente visual, la que lo califica como el mejor de los antologados en esta selección del horror y el suspenso. No nos sorprende esta cualidad, ya que Saldívar, se ha venido consagrando, en los últimos años, como uno de los más talentosos escritores jóvenes del género.
Sin embargo, es necesario advertir una puntual falencia, rémora, cierto descuido de los cuentistas: que estos relatos requieren de un mayor refinamiento en el estilo. Así, debo insistir en que el buen trabajo de la prosa es fundamental –aunque no único, por supuesto. No es suficiente la anécdota; el lenguaje es lo que convierte una historia trivial en un cuento con mayúsculas. Recordemos que maestros como Borges, Ribeyro o Allan Poe fueron, a su modo, grandes estilistas.
Richard Daniel Alejos Martín
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