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jueves, 24 de mayo de 2012

Reseña de "El otro engendro" de Carlos Enrique Saldívar

El otro engendro. Carlos Enrique Saldívar. Bohemia Lux. Lima. 2012.

No sería fatigoso constatar en lo que Saldívar ha llegado a convertirse: ser un escritor rotundo de lo perverso. Estrictamente, no explora lo terrorífico o lo extraño, sino es de aquellos que nos sumergen en la esencia de la perversidad pura. Las criaturas que nos acechan -deliciosamente malignas- en sus relatos,  nos aseguran, a la vez, grandes cuotas intolerables de repulsión y sobresalto.   Sus cuentos nos dejan esa incómoda sensación de haber atisbado algo pavoroso y abominable. Esta sensación  es mucho más intensa y brutal cuando se remata con esa irreverente, e infaltable, cuota de humor negro. Algo que  el autor parece prodigarnos con retorcido placer.
Sin ello, no habría otra explicación para comentar El otro engendro, este corto texto que hoy nos ocupa: Astutamente, el autor en él apela al recurso de la intertextualidad y acierta con largueza cuando le rinde homenaje a Frankenstein, la gran novela de Mary W. Shelley. Sin duda, no hay mejor obra para indagar en el origen y madurez de este género (o especie, o subgénero) literario.
Justamente Saldívar aprovecha este detalle para construir un personaje  tenebroso, un impensado agente del mal quien contamina, adiestra y pervierte el espíritu aún semivacío del monstruo; desvía y deforma la simple curiosidad de este, en acendrado rencor;  modela, incentiva e intensifica,  cizañoso y pérfido, la anormal conciencia de la infeliz criatura. Finalmente su esencia malvada aflora como un volcán, y ya sabemos los lectores de Shelley cuáles serán las consecuencias para el doctor Victor  Frankenstein.
No anoto las resonancias y simbolismos de los temas  que en sí se nos antojan infinitos: el mal, la consciencia, el “buen salvaje”, el doble, civilización contra naturaleza, complejo de Edipo, relación sexualidad y maldad, entre otros  por el estilo.
Más bien, destaco el juego intraliterario, sobrio, logrado. Y a este respecto, recordemos la noble ascendencia de este recurso y aún su plena vigencia. Desde la novela decimonónica francesa, y señaladamente en el Romanticismo, hasta la de más extensa fama: la Saga de Chutlhu que, con los años, fue enriquecido por otros autores ajenos a Lovecraft. Asimismo, lo encontramos en el ciclo artúrico y el cantar de gesta, y que se extiende hasta la actual Fantasía Medieval (o Fantasía Épica), y mejor paramos de enumerar.
Por último ¿Qué son las obras clásicas griegas, épica y tragedia, sino bellos diálogos intertextuales –e intratextuales- con sus numerosos mitos que les sirven de fuente? Y, si pecásemos de maximalistas, tendríamos a la novela histórica, que es un afluente más del desmesurado  metarrelato que es la Historia.
Richard Daniel Alejos Martín
UNFV
UPCH

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