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miércoles, 22 de junio de 2011

Los enemigos de la poesía (Luis E. García)

Genial y divertido artículo sobre la poesía y los poetas, en la elegante pluma de Luis Eduardo García.
Este post fue publicado originalmente en su blog Consejero del Lobo.

Un poeta es para algunos insensibles un papanatas o un fantoche, cuando no un afeminado, un loquito que recita sus trovas en bares de mala muerte y publica libros que nadie compra, salvo los incautos y la gente de su misma especie.
Otros están convencidos de que se trata del ocioso perfecto. Aparte de no hacer nada -dicen-, sueña con las musas, cuenta ovejas antes de dormir, usa barba y lentecitos redondos, es distraído, y se rasca las partes más íntimas y garabatea palabras como hay golpes en la vida, tan fuertes yo no sé.
En el mejor de los casos, una minoría cree que es un ser especial, alguien a quien la inspiración transforma en un semidiós. La paradoja es así: divino, pero inocuo. Los poetas no hacen daño, los poetas son bohemios, se emborrachan, recitan, se mueren de hambre, usan drogas. A veces, claro, hacen llorar a los sentimentales.
La mayoría, por su parte, piensa que una maldición congénita los persigue. Ellos (los bardos) han nacido para morir trágicamente, para cosechar miserias, para hundirse en los abismos del alcohol, para autodestruirse, para dañar a los seres que aman.
“Ese Vallejo, ¿cómo murió? De hambre, pues. Ese Chocano, ¿cómo murió? Lo mataron a puñaladas, pues”. Así se preguntan y se responden las malas lenguas, y de inmediato abundan en ejemplos domésticos, en sinrazones, en veleidades. Para esta mayoría de insensibles, escribir poesía es un pecado capital, una extravagancia de lo más temeraria.
Hay aparentemente (esta es la palabra precisa) hechos que confirman la mala leche de los poetas. Las preguntas de cajón son: ¿Quién lee versos en estos tiempos? ¿Cuál es la utilidad práctica de la poesía? ¿Quién entiende a Martín Adán, a Baudelaire, a Octavio Paz, a Jorge Luis Borges?
A primera vista, no es fácil responder con satisfacción estas interrogantes. ¿Quién lee? Sí, muy pocos, los necesarios para que los versos no desaparezcan. ¿Cuál es su utilidad? Materialmente ninguna. Es un asunto del alma y la conciencia ¿Quién entiende el lenguaje poético? Sin duda, los sensibles y los que tienen cojones para padecer.
Pero los enemigos de la poesía no son abstractos. Están ahí, en la calle, moviéndose como cucarachas, regodeándose en sus vidas austeras y materialistas. Yo, al menos, los identifico y hasta los puedo tipificar con detalle. Cuídese de ellos, se lo ruego.
Los peores son los que han tenido un fracaso estrepitoso en la poesía. Despotrican constantemente del oficio y se lavan las manos, como Pilatos, si alguien habla mal de ellos. Son los autores de las frases: “ociosos de miércoles”, “muertos de hambre”, “plagiadores”, “de músico, poeta y loco todos tenemos un poco” y una retahíla más de mentiras y barbaridades. Adoran a Bécquer y a los cancioneros románticos.
Están heridos en su amor propio. El encono y la envidia los corroe. Van a los recitales o leen los libros de poesía sólo para criticar a sus autores. Si alguien les pregunta por su antigua vida de poetas, responden que se arrepienten de haber perdido el tiempo y que les importa un comino juntarse otra vez con sus ex amigos de bohemia. Son grandes borrachos, además.
Después siguen los cartesianos. Pueden ser biólogos, matemáticos, ingenieros o algo parecido. Les gusta exhibir su racionalismo y decir que el lenguaje de la poesía es antilógico, que la subjetividad es aborrecible y que un hombre como Neruda es un chancay de a medio al lado de Einstein o Hopkins. Su signo más característico es tratar con sorna a los poetas. “A ver, a ver recítate algo pues”, es su frase común.
Enseguida están los pragmáticos, los adoradores del marketing, la globalización, el libre mercado, la competitividad, la calidad total, la reingeniería, la visión empresarial y todos esos mejunjes posmodernistas. Son administradores, contadores, abogados, etc. Para ellos, los poetas son unos parias, unos inútiles y ejemplos representativos de lo que la Forrester llama “la indignidad del desempleo”. ¡Pobre si un émulo de Vallejo se enamora de la hija (o hijo) de un pragmático! “Si te casas con él, te morirás de hambre”, o “Te desheredo”, son sus expresiones tipo. Por añadidura son racistas y clasistas.
Luego vienen los insensibles puros, los incapaces de conmoverse con un verso. Esta subespecie es probablemente la más difundida. Jamás ha comprado o leído un libro de poesía. Tampoco, claro está, han escuchado nunca el pasaje de una sinfonía ni menos han entrado a un teatro. No son necesariamente analfabetos o ignorantes consumados. Son insensibles puros, además de esclavos del trabajo. Si usted invita a uno de ellos a escuchar al poeta X, le dirá “¿Cómo se come eso, ah?”. Sus lecturas preferidas son las revistas frívolas y los diarios deportivos. No dan para más.
Un escalón más abajo están los poetastros, aquellos que creen ser y no son. Publican a cada rato y son la vergüenza de la “profesión”. Visten de gris, usan lentecitos redondos, toman café en lugares frecuentados por "artistas" e "intelectuales", hojean libros en los parques, tienen musas (o “musos”, según sea) de carne y hueso, se llenan la boca hablando de Rimbaud, escriben versos que nadie siente o entiende, aparentan una vida trágica, pregonan sus intentos de suicidio, beben en bares de mala muerte y, por supuesto, escriben horrores. Hasta las cayangas, se dice.
Pero a los que yo más desprecio es a los tacaños, a los que no compran un libro de puros mezquinos. En verdad me fastidian y siento que son los enemigos más peligrosos. Conozco a un próspero editor de libros que es incapaz de gastar un cobre en Neruda o Whitman. El maldito lee, pero de contrabando. ¿Cómo quieren que la poesía no sea rebelde y explosiva cuando existen tipos de esta especie?
La verdad es que los poetas no son ni ociosos, ni iluminados, ni muertos de hambre. Se trata de una especie humana muy simpática, de una comunidad de seres libres, de patas buena gente. Ocurre que manejan el don de la palabra y pueden decir o escribir lo que tú, hipócrita lector, no puedes. Lo que crean es alimento para el alma y la conciencia. Lo demás no importa. Prueba, siente, experimenta con los versos. Y después calla, como quiere Martín Adán.
Reconozco que de un tiempo a esta parte algunos piensan que se es mejor poeta porque se es más difícil, más complejo, más hermético y, por añadidura, más exclusivo o elitista. Sin embargo, este asunto está muy lejos de la verdadera poesía. Ella es, en esencia, la purificación del lenguaje de la tribu. Si no, pensemos en la aceptación de Pablo Neruda, César Vallejo o Walt Whitman, poetas populares por antonomasia.
La poesía, por fortuna, no va a desaparecer. Hace más de dos siglos que se anuncia su desaparición. Si no ocurrió antes, no va a ocurrir ahora cuando más necesidades espirituales hay. El divorcio entre el gran público y este género literario es sólo aparente. Hay que descubrir nada más sus bondades. Mientras tanto, hagamos oídos sordos al canto de los enemigos.

Fuente: http://sercorriente.blogspot.com/2005/12/los-enemigos-de-la-poesa.html

1 comentarios:

Sobii dijo...

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