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miércoles, 29 de febrero de 2012

Cómo ser un pésimo escritor (y estar a punto de morir en el intento)

Instructivo artículo de Juan J. Sandoval Zapata, tomado de la web Marger Cero. Sin duda, ser un mal escritor cuesta mucho más que ser bueno.
Ante todo, para ser escritor hay que tener «los huevos bien puestos». Digo esto no por mencionar un par de objetos ovalados incrustados entre las piernas. Porque ya en estas épocas de igualdad de género, cualquier mujer tiene más «huevos» que un hombre común en el Perú, lo que podría generar la idea que las peruanas tienen más cojones que los peruanos, tema que se ha demostrado a lo largo de la historia.

Entonces, después de verificar que uno tiene los cojones necesarios para asumir la responsabilidad, es necesario consultarlo por uno o dos años con la almohada (puede que nos podamos extender hasta el quinquenio sin obtener respuesta). Luego, cuando uno es consciente en sí mismo que podrá soportar todo el peso de la gravedad, necesitamos contárselo a los padres. Porque, ojo, estamos hablando del descubrimiento de una vocación, a temprana edad, claro. No como yo y muchos otros que comenzaron a leer libros pasado los veinte años, cosa que es algo vergonzoso aceptar, pero que debemos recalcar porque, ante todo, para ser un pésimo escritor es necesario rechazar todo tipo de libro. Peor si estamos hablando de los libros de los amigos, pues ellos no están embarcados en el serio proyecto de sumergirse en la mediocridad de la literatura.

Tras haber convencido a los padres de que uno se hará escritor, también debemos explicarles que uno prescindirá de ingresos monetarios por una década. Quizá más, según sea el caso de escritor que se desee asumir por el resto de la vida. Pero debe quedar en claro que los padres tendrán que correr con los gastos vitales del joven artista hasta que éste se consolide: aprenda a cobrar honorarios, establecer tarifas de propiedad intelectual, ofrecer conferencias de alto impacto y manejar las controversias públicas con la mejor sonrisa.

Con el pasar de los años, uno se dará cuenta que el oficio del escritor no está escrito en ningún lado. Así uno recorra facultades, escuelas, escritores consagrados (al alcohol), lleve maestrías, diplomados, tertulias financiadas con la chequera de algún tío intelectual. Así uno compre colecciones completas de teoría narrativa, todo será en vano: el ser un pésimo escritor involucra un compromiso con la ociosidad, con el desgano y un amor pasionero por el control remoto de la tv, con el cine y el vídeo, con la música, el rock, el jazz y la salsa dura. Ser un mal escritor nace de la posibilidad del fracaso, pero un pésimo escritor encarna el fracaso completo, la senda del perdedor es un don de Dios, y como todo don es único.

El socializar en la comunidad literaria también es un paso obligatorio. Un mal escritor frecuenta los bares más fétidos de la ciudad, los pésimos nadan en los urinarios (un buen escritor se va a su casa a dormir). Conocer a los escritores de la misma edad es una estación inmediata. Algunos tendrán envidia, otros se enamorarán con gracia de cómo un pésimo escritor lleva tan bien sus uñas. Otros querrán solamente no sentirse tan solos y son capaces de pagar la edición completa de tu libro. Es necesario conocer a todos, uno por uno, descubrir sus bajezas, sus adicciones, tomar el nombre completo de sus hijos, de sus ex parejas y a la vez registrar a sus amantes, para luego denunciarlos en recitales poéticos.

Ya habiendo conocido la fauna de una generación, cualquiera que sea, preservar el bajo nivel narrativo sólo se logra con la distancia total del circuito público. Antesde esto, será necesario ensuciar las actividades literarias con abruptas participaciones en mesas intelectuales, apelando al estado de ebriedad como bandera discursiva. Insul-tar a los que no están, soltar todos los nombres que uno sabe. Y luego huir antes de que lo maten a uno.

Si la ciudad es demasiado pequeña para soportar la presencia de la competencia, ya sea por el mal aspecto, o por repudio, lo mejor sería abandonarla. El Perú ofrece una variedad de escondites por todo el territorio. Si uno está intoxicado de la mala noche, el clima serrano ayuda. Si uno, más bien, es puro y santo, pero está dispuesto a malograrse por una temporada, la selva es lo mejor. Luego están las playas, incluso los desiertos. Todo es bueno para el autoexilio.

Publicar el primer libro también es imprescindible para tentar el fracaso. Uno puede juntar un poco de dinero y mandar a imprimir en cualquier imprenta pequeña del centro de la ciudad. Consumado el acto, mucho más fácil será buscar dónde presentarlo. Hay muchos bares y cafés en la ciudad dispuestos a cobijar veinte minutos de fama. Los reciben con los brazos abiertos y les ponen a disposición pequeñas campañas publicitarias para celebrar la salida de la obra debut. Si falta presentador, saldrá todo tipo de intelectual con su currículo bajo el brazo, dispuestos a lanzar palabras de elogio a cambio de unas monedas y una buena borrachera. El ingreso libre del local garantizará un lleno total siempre y cuando el trago de honor sea gratis.

La prensa también juega un rol importante. En necesario buscarlos a sus redacciones, sacarlos del estrés e invitarles un café. Si la charla se acompaña con alcohol, incluso alguna droga fina, mejor aún. La inversión garantizará una reseña mesurada e informativa, dando presagios de que una futura estrella está por brillar. Cuestión de tiempo, dirán. Pronto, pronto habrá poesía.

Si después de agotar la edición del primer libro a uno le quedan ahorros, lo mejor será improvisar un segundo título. Si no alcanza el tiempo para corregirlo no importa. Priorice la fotografía de solapa. No hay peor escritor que el que muestra la mejor foto. Algunos se darán cuenta que fue una decisión apresurada, pero el grueso que acudió a la primera presentación, y que nunca olvidarán la descomunal borrachera que se tiraron, sabrán defenderlo entre los co-mentarios urbanos.

Ahora, si los ahorros nunca existieron, los libros del primer hablar van siendo almorzados por las polillas debajo de la cama, lo mejor será regalarlos en peso. Las bibliotecas pú-blicas son los mejores cementerios. Llene su formulario y done unos cinco ejemplares. Las musarañas del olvido se lo agradecerán.

Otra forma de agotar la edición es visitando colegios, presentarse en los salones de secundaria y hablarles de todos los autores que nunca se ha leído. Mientras más desconocidos para ellos, será mejor. Cautivará más a su público y finalmente logrará vender no más de treinta libros en una sola tarde. Negocio redondo. Eso sí, prometa nunca más volver a la misma escuela, pues el truco funciona más que una sola vez.

Si es que ya se han agotado las posibilidades de volver a publicar, ya sea porque los padres quebraron financieramente, ya sea porque ningún editor estaría dispuesto a manchar su nombre junto al de uno, ya sea porque el ambiente literario lo detesta, repudia e ignora deportivamente, o porque los problemas con la legalidad se hacen cada vez más evidentes, lo mejor será buscar una beca. Las oportunidades de escapar están botadas en las embajadas. Entonces, ya es cuestión de definir una postura política y ver si a uno le conviene el socialismo brasilero, o el libertinaje de Tijuana, o si el viejo continente es el mejor camino al desarrollo, aunque uno, lo único que quiera, es seguir aferrado a ver televisión y escuchar música fuera de época.

Obtenida la beca, lo mejor será salir cuanto antes. Llevar pocas maletas y recuerdos. Dejar todo lo hecho o arrojarlo al tacho: la poesía, los cuentos, lo vivido. Disfrute de su estancia lejos de esta herida llamada Perú, no busque a ningún compatriota, ni menos compartir penas con algún colega de la misma edad. Vaya por el mundo, pensando que todo lo hecho, hecho está, y siga para delante.
Fuente: http://www.margencero.com/articulos/articulos3/pesimo_escritor.htm
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domingo, 19 de febrero de 2012

Sí… nos hemos choleando tanto, y… ¿cuánto más?; y... ¿ hasta cuándo nos seguirán(eremos) choleando?

Luis Alberto Medina Huamaní
Universidad Nacional Mayor de San Marcos
Universidad Nacional Federico Villarreal

1. PREÁMBULO

Cholear a alguien es un acto discriminatorio. TODO ACTO DISCRIMINATORIO Y RACISTA es atroz, insano, estúpido. ¿Por qué nos choleamos(an) tanto?, ¿quién cholea a quién? El antropólogo Roberto de la Puente ha dicho a RPP, consultado a causa de este acto racista: “En nuestro país hay un grupo pequeño de poder económico que mira con desprecio a las grandes mayorías populares y que tiene muy en claro las diferencias raciales”. Cierto, sin embargo no lo es todo. Nos choleamos o nos cholean por varios motivos en realidad: por la apariencia física, por el lugar de origen, por la lengua materna, por el nivel o estatus socioeconómico, por la manera de vestir o los lugares que se frecuenta y etc. Los estereotipos creados sobre supuestas superioridades o inferioridades entre unos y otros han calado en nuestras mentes putrefactas y estrechas.
Cuando ocurrió el acto discriminatorio y racista en las salas de Multicines UVK de Larcomar, contra un artesano cusqueño nativo, quien no se expresaba fluidamente en lengua castellana y “para colmo de males” vestía prendas típicas de su localidad, me pregunté indignado: ¿no se puede andar por las calles de nuestras ciudades, luciendo las prendas típicas del Perú nativo?, ¿es tan malo y vergonzoso hablar el quechua, el aimara u otras lenguas nativas en esta gran megabarriada llamada Lima y sus zonas “exclusivas”?, ¿solo sabe hablar el que habla castellano y otras lenguas no amerindias?

Reflexioné sobre la diglosia o bilingüismo subordinado, que es una más de las taras sociales que azotan al país. Pensé entonces: he aquí más del racismo y la discriminación de un compatriota hacia otro compatriota. Y… ¿si hubiese sido mudo? Y… ¿si hubiese sido ciego? Y… ¿si hubiese sido extranjero? Claro, en este último caso ni le hubiesen pedido nada, aunque no supiera ni la jota del castellano; porque estas gentes de mentes retorcidas todavía arrastran el síndrome colonial, aún le rinden vasallaje, pleitesía, casi un culto a todo aquello que viene de afuera; porque lo peruano, lo nativo, lo quechua, lo chicha… para ellos les resulta tan desagradable como la peste o la lepra.

Estas fueron las "lamentables" explicaciones del Administrador del UVK de Larcomar a la prensa: “Es bien tímido, como un provinciano, los que vienen. Primera vez que está acá en el cine, él no se explica bien”. “El chico no sabía ni hablar, no se expresaba muy bien, no se comunicaba bien. Obviamente, hubo un error al no dejarlo pasar, porque no tenía ni una contraseña, entrada”. La Municipalidad de Miraflores sancionó este hecho clausurando el cine por una semana.

Escribo las siguientes líneas a propósito del último acto discriminatorio protagonizado, esta vez, por un adolescente de 13 años, el hijo de Celine Aguirre y Miky Gonzales, y una pareja de esposos.

2. TESTIMONIO
Puedo dar testimonio sobre el choleo y la discriminación por experiencia propia. Recuerdo haber sido víctima de ello en más de una ocasión. Alguna vez, mientras era estudiante universitario (hacia el 2003), caminaba por los alrededores de la universidad Federico Villarreal, por el centro de Lima, algo distraído y absorto (como lo he sido siempre), cuando tropecé con una persona de unos treinta años que llevaba un portafolios bajo el brazo (probablemente era un docente de alguna de las facultades de la universidad, o tal un vez un practicante de Derecho, por su facha: llevaba terno y maletín, además del portafolios). Debido al tropiezo accidental que tuve con él, se le cayó el portafolios y, en consecuencia, las hojas que había dentro de él volaron, literalmente, por todos lados. Inmediatamente, avergonzado por mi descuido y torpeza al andar, me apresuré a disculparme y a ayudarlo a recoger los documentos, pero antes de que pase todo eso, recibí de porrazo el primer insulto racista en toda mi vida: “serrano de mierda, fíjate por dónde caminas”. Mi reacción fue inmediata e indignada: le tiré en el rostro el par de hojas que había cogido y lo llamé “estúpido, ignorante y pobre diablo”, mientras contenía una rabia y unos impulsos muy fuertes de cogerlo a golpes y llenarlo de insultos. El tipo tenía prácticamente el mismo color de piel que yo, el cabello igual de negro y lacio como el mío: ¿qué nos diferenciaba entonces? El saco y la corbata que vestía y, seguramente, el haber nacido en Lima o en alguna parte de la costa peruana. Me mentó a la madre e intentó intimidarme: “No sabes con quién te estás metiendo…”. “No sé cómo te llames ni qué seas, pero sé que eres un pobre diablo y estúpido: ignorante de m…”, fue lo que le respondí y seguí con mi camino, dejándole herido el ego y las hojas regadas por toda la autopista. Muchos universitarios presenciaron indiferentes esta escena insana.

En otra oportunidad, ya egresado de la universidad, ya docente de reconocida reputación entre mis estudiantes y colegas, ya autor de este blog (2010), me dirigía a mi centro de labores. Había abordado la línea C, hacia Villa El Salvador. El microbús estaba repleto de pasajeros, de modo que intenté abrirme paso para dirigirme hacia la parte posterior. En este intento, tengo un altercado con uno de los pasajeros: “Oe, causa, me estas punteando; suave pe concha e tu madre”, fue lo que escuché. “Lo siento, flaco, no quise hacer eso -le dije-; pero sería bueno que no te estés parado en esa ‘pose’” (estaba inclinado y apoyado en uno de los asientos: obviamente, era imposible evitarlo), le dije. “Qué ch… tienes serrano de mierda, a mí no me hablas así”, fue lo que me dijo el indignado pasajero. Lo miré serio; por la facha que llevaba: polo blanco, short y sandalias; piel entre trigueña y negra (evidente signo de mestizaje y ascendencia andina-afroperuana); por su acento era evidente que pertenecía al callo; por el vocabulario vulgar y descuidado supuse que no tenía más educación que una secundaria mal llevada y tal vez inconclusa… ¿qué era?, ¿un vendedor ambulante?, ¿un cobrador de combi?, ¿un pescador?... no tenía ni la menor idea. Yo vestía, en cambio, terno, camisa y corbata realmente pulcros: pero era “inferior” a él por serrano. Esta vez mi reacción fue menos violenta y más bien irónica: “Ya pues gringo, europeo, tranquilo, ¿te has dado cuenta que tienes piel blanca, ojos verdes y cabello rubio?, ¿eres descendiente de españoles, alemanes, italianos o norteamericanos?, ¿tal vez tu progenitor haya sido un mono blanco?” No supo qué responderme y antes de darle tiempo, me alejé hacia la parte posterior.

Pero no hay nada más abominable que la discriminación en el mismo seno familiar (en este caso lo racial ya poco importa). Las personas que viven en los pueblos serranos ubicados en las partes más bajas discriminan a quienes viven en las partes más altas, incluso si se trata de parientes cercanos. También he sido en más de una ocasión víctima de esta aberración por parte de mis abuelos paternos. Lo menciono tangencialmente, sin mayores detalles, para evitar futuros resentimientos y linchamientos familiares.

Ahora me pregunto… ¿por qué nos choleamos tanto? Intento buscar una respuesta, pero sobre todo una manera de eliminar todo acto discriminatorio y racista de las mentes de aquellas personas discriminadoras incapaces de ver más allá de sus propias limitaciones y prejuicios.

3. ¿QUÉ HACEMOS CON TANTO CHOLEO?, ¿QUÉ ACCIONES TOMAR PARA ERRADICARLA DE LA SOCIEDAD?
La fundación de la República fue una suerte de neocolonialismo en el que los hispanos fueron reemplazados por los criollos: y el sistema hegemónico opresor siguió siendo el mismo, y los subalternos seguían siendo los mismos. No hubo ninguna igualdad, ninguna ciudadanía para los hijos nativos de estas tierras que llamaron Perú.

Nuestras diferencias sociales y culturales son una herencia del pasado hispano. Los orígenes del racismo y el choleo están en el colonialismo: esa herencia repugnante que todavía no henos sabido desechar para hacernos de una identidad propia. Tenemos una clase social minoritaria y hegemónica (económica y culturalmente) estúpida y bruta. A esto, le sumamos el supuesto de que lo costeño es superior a lo serrano-amazónico, lo capitalino a lo provinciano, lo citadino a lo rural y etc. Entonces, el choleo no es solo una cuestión de clases, si no de pertenencia y apertenencia, de espacios geográficos que son espacios simbólicos de hegemonía y poder, de campesinos y citadinos.

El choleo está inserto en nuestra cultura y sociedad. Ha calado hondo en el imaginario de ciertas mentes estúpidas. No solo cholea el blanco-gringo-criollo-costeño-pituco al cholo-mestizo-serrano-indio. No se limita a ciertos espacios sociales de la clase alta sino a los espacios más inimaginables: se cholea en los lugares llamados “exclusivos”, se cholea en las escuelas urbanas o rurales, se cholea en los barrios exclusivos, en los lugares públicos y privados, se cholea en los barrios marginales (pues existe el choleo entre marginales), se cholea en el campo, en la capital y aún en las ciudades pequeñas. El choleo es, en resumidas cuentas, un patrón cultural que nos caracteriza. Es parte de la herencia cultural del colonialismo.

¿Qué hacer para que esta tara social desaparezca de nuestro imaginario? No basta con el discurso. No basta con la pedagogía inactiva e ineficiente a la que estamos acostumbrados y hasta resignados. Es hora de llevar a cabo acciones concretas y experiencias reales. Una manera de enfrentarla, podría surgir desde las aulas. Tal vez sea conveniente crear un curso de Interculturalidad y Antropología, en los que los estudiantes (niños, adolescentes y jóvenes de escuelas, colegios e universidades; centros educativos públicos o privados) de todos los estratos sociales se acerquen desde las primeras experiencias de vida hacia el otro, donde interactúen y reconozcan la cultura otra, la lengua otra; para que se reconozcan y aprendan a valorar a partir de la experiencia propia que sí es posible una convivencia armoniosa, equitativa, justa. Solo así aprenderán a respetar la cultura del otro. Pero esta acción debe surgir como parte de una Reforma Educativa, como una verdadera propuesta de innovación educativa, cuyo objetivo sea la de formar y reformar ciudadanos tolerantes, respetuosos, virtuosos, solidarios: democráticos. Donde lo pituco, lo exclusivo, los niños bien y lo cholo, lo indio, lo negro, lo mestizo, lo serrano desaparezcan como categorías creadas por el imaginario y como signos de diferenciación social y cultural; donde lo subalterno y lo hegemónico encuentren un punto de equidad para lograr una convivencia armoniosa y feliz. Seguramente las “tías pitucas” saltarían y echarían el grito al cielo… porque estoy seguro, no querrían mezclar a sus “niños” con esa gente que tanto desprecian (los cholos, serranos, indios de mierda, etc.). Entonces, también debiera partir desde el seno de la vida familiar, como voluntad y necesidad en beneficio de las mayorías: de todos.

Todo en la vida tiene un costo. Toda reforma educativa necesita de un sólido y necesario presupuesto para financiar capacitación de docentes, adiestramiento y reeducación de padres de familia, infraestructura, etc.; sin embargo, existe otro obstáculo aún más grande: nuestros políticos y nuestra clase gobernante: la de ahora y la de siempre. ¿Qué ministro de Educación, qué congresista, qué partido político, qué gobernante de turno o Presidente de la República tiene claro que los ciudadanos necesitamos otro tipo de educación y quién entre todos ellos se interesa realmente por reformar la educación?, ¿qué ministro de Economía?... Porque una reforma educativa, es una cuestión de Estado y se lleva a cabo con una verdadera voluntad política y ciudadana, aparte de la inversión necesaria...

Calma, señores, calma… Nuestros políticos de ahora y de siempre, se pudren en sus propios intereses, se pudren en la corrupción que protegen y en la suya propia; se pudren cuidando los intereses de los poderes económicos… y de la DBA (Derecha Bruta y Achorada) ni qué decir.

Mientras nuestra clase política y gobernante siga siendo la que ha sido hasta ahora (mediocre, individualista, improvisado, oportunista y corrupto), mientras la DBA siga imperando en los intereses de la nación (sin mayores ambiciones para la República que sus propios intereses económicos): esto que escribo es apenas un sueño, una utopía. Tal vez tengamos que esperar otros siglos más.

Termino citando lo siguiente: “El racismo, la homofobia, el machismo, el clasismo son todas caras de la misma moneda. Son síntomas de que seguimos siendo una sociedad desintegrada. Usualmente se dice que el insulto es una “fase superior” en nuestra evolución como especie, porque se verbaliza lo que antes era motivo de violencia física. En el Perú parece ocurrir todo lo contrario, ya que el agravio verbal suele ser, más bien, el preámbulo de la acción violenta. Por ello es menester ponerle coto. No solo debe generarse una sanción moral, sino una contención legal. (Juan Carlos Tafur: Diario 16, 17-02-12).

Luis Alberto Medina
Lima, 19 de febrero de 2012

Otros artículos recomendados:
1. Lo cholo, lo peruano y la peruanidad: una (re)vista al fenómeno de la choledad y la identidad nacional (http://ciudadliteraria.blogspot.com/)
2. La corrupción y nuestra peruanidad (http://ciudadliteraria.blogspot.com/2012/02/la-corrupcion-y-la-peruanidad-de-los.html)
3. Ciro Castillo y Rosario Ponce: discurso contra la prensa amarilla, en defensa de la dignidad de la persona humana (http://ciudadliteraria.blogspot.com/2011/11/ciro-castillo-rojo-y-rosario-ponce.html)

Visita: http://ciudadliteraria.blogspot.com/
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